Conquista de la Extremadura leonesa

El año 1219 regresó de Roma Rodrigo Jiménez de Rada, como legado “ad latere”, después de asistir al IV Concilio de Letrán (1215), con el fin de convocar un sínodo en Guadalajara. El concilio alteraba maliciosamente la “Constitutio Pro Iudaeis” del propio Papa Inocencio III , declarando la inconveniencia de la convivencia entre hebreos y cristianos, decretando la separación de los lugares de habitación y el uso de la rodela bermeja en su ropa. Los monarcas hispanos no hicieron mucho caso a estas disposiciones, por ejemplo en lo relativo a no emplearlos como embajadores en las treguas con el Islam; Alfonso IX indicó que no los empleaba porqué no tenía embajadores, ya que lo que tenía eran guerras con los sarracenos.
En 1217 la Orden de Alcántara conquistó Alburquerque y Valencia de Alcántara (en 1221) y en junio de 1222 comenzó el asedio de Cáceres, fuertemente fortificada.

Las tropas leonesas sufrieron pérdidas importantes, a pesar de las máquinas de guerra de asalto empleadas y en agosto cesó la concusión bélica. “Un cronista castellano añade que Alfonso IX se dejó ganar porque los embajadores de Yusuf II le prometieron una fuerte indemnización si abandonaba la empresa” (L. Suárez. 1993). A pesar de la habitual maledicencia castellana, Alfonso IX de León apenas abandonaba la Extremadura y emplearía los años 1223 y 1224 en destruir paulatinamente las posiciones de defensa alrededor de Cáceres. Su hijo Fernando III , ya rey de Castilla desde 1217, estaba en la cuenca del Guadalquivir, por lo que Alfonso IX necesitaba la victoria con urgencia, el problema era la falta de pecunio para una operación tan larga y penosa. Recurrió a ventas a obispados y monasterios, incluida la sede metropolitana leonesa de Compostela. Pero el azar vino en su ayuda, ya que murió Yusuf II (4 de enero de 1224) con la subsiguiente proclamación de un sexagenario, tío abuelo del difunto, como sucesor, para substituir la “auctoritas” directa del Miramamolín por una oligarquía cerrada. De nuevo la guerra civil entre agarenos sacudió a gran escala los cimientos territoriales de los almohades.
El cabecilla de la secesión fue Abd Allah al-Bayasi de Baeza, que favoreció la penetración de Fernando III en la Bética. Sevilla era reconocida como el final de la gran expansión leonesa, aunque Jiménez de Rada había conseguido del Papa Inocencio III una bula para que el futuro obispado hispalense fuese sufragáneo del de Toledo y no del compostelano. El nuevo papa Gregorio X concedió permiso al arzobispo de Santiago para hipotecar algunas propiedades de la mitra con el fin de ayudar a la conquista cacereña. El Cardenal Juan de Santa Sabina llegó a Hispania con poderes de legado para estimular la lucha contra los agarenos.
En 1228 el Concilio de Salamanca tomó medidas especiales para proteger personas y bienes de los peregrinos a Compostela. Cáceres cayó el 23 de abril de 1229, siendo abandonada por sus habitantes mahometanos. Alfonso IX convirtió la urbe en municipio de realengo, con predominio de los caballeros sobre los “hombres buenos”. El Gran Maestre de Santiago Pedro González protestó, ya que la ciudad había sido una donación del rey Fernando II de León, Alfonso IX arguyó que la Orden no había sido capaz de defenderla y que la reconquista la habían realizado rey y reyno con un considerable esfuerzo, el pleito acabó con el acuerdo (13 de mayo de 1229), donde se establecían futuras compensaciones para la Orden, la más importante era de que nunca sería de otra Orden Militar y además las rentas de Villafáfila y Castrotorafe, y Trujillo, Medellín, Santa Cruz y Montánchez cuando la Orden las conquistase. En pleno invierno de 1230 Alfonso IX sitió Mérida. El rey de Murcia Ibn Hud acudió en su ayuda con mayores fuerzas que las leonesas, pero como siempre con inferioridad combativa. Mientras Alfonso IX tomaba Mérida, la Orden de Santiago tomaba Montánchez. El rey yendo hacia Badajoz, la capital de la taifa del mismo nombre, se apoderó de Baldala, a la que cambió su nombre por el de Talavera la Real.
En Pentecostés las tropas leonesas entraron en Badajoz. El camino hacia Sevilla estaba expedito, pero Alfonso IX de León ya no podría disfrutarlo. El rey fue a Compostela para darle gracias al Apóstol por las victorias, había decidido entregar Emérita Augusta-Mérida al arzobispado compostelano, como pago por sus esfuerzos. No pudo pasar de la villa lucense de Villanueva de Sárria, donde moriría de un infarto agudo de miocardio, el 24 de septiembre de 1230. La reina Berenguela de León avisó urgentemente a su hijo para que acudiera con tropas a reclamar su posible heredad sobre el Reyno de León. Diego Froilaz y Ruy Fernández “el Feo” apoyaban la causa de las infantas Sancha y Dulce, hijas de la ex-reina Teresa de Portugal, no había testamento, pero Alfonso IX había ido considerando a sus hijas en los privilegios como sus sucesoras. La mayoría de nobles y obispos entendían que el único varón vivo debía tener preferencia. Las autoridades de León, Astorga y Benavente dejaron claro que recibirían a las hijas del rey muerto como infantas y por lo tanto no podrían entrar en esas ciudades con gente armada. Sólo encontraron apoyo político en la leonesa Zamora, “la bien cercada”. Las dos viudas, Teresa y Berenguela se reunieron en Villalpando, evitaron la guerra e impusieron criterios de paz. El acuerdo definitivo se firmó en Benavente el 11 de diciembre de 1230, las infantas renunciaron al trono y su hermanastro Fernando III les garantizaba una renta anual de 30.000 maravedíes de oro, así se podía dar vida al Cister femenino en Portugal, en Arouca y Lorvao. El final fue de apoteosis, cuando las dos ex-reinas viudas de Alfonso IX de León, Teresa y Berenguela, se fueron juntas a vivir en Lorvao donde perdurarían en las conciencias de la gente y en la historia, por la fama eximia que legaron a la posteridad, a causa de su vida religiosa y la caridad con los demás. El infante leonés, Fernando III “el Santo” sucedería a su padre en el trono leonés llegando a Toro (octubre de 1230) a la cabeza de un ejército muy numeroso, siendo reconocido por todas partes del Reyno de León como monarca, la vetusta Arbucola-Toro de los prerromanos vacceos, que había visto en el pasado remoto de la antigüedad a las tropas cartaginesas del Gran Aníbal Barca ante sus muros, se opuso. Para “convencerla”, Fernando III “el Santo” le otorgaría un emblema latino que reza: “Prima inter civitates legionensis”. Las Coronas de León o Regnum Imperium Legionensis y de Castilla ya poseían un solo monarca. Quomodo vales.

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