El papado y el rey de León, Alfonso IX

El 14 de abril de 1191 era coronado en Roma un nuevo Sumo Pontífice de la Iglesia Católica Apostólica, Celestino III , adversario del Reyno de León, era el ex-cardenal legado, Jacinto Bobbo, principal “factotum” de la disolución del matrimonio de Fernando II de León y Urraca Adefónsez, padres de Alfonso IX . “La unión del rey Alfonso IX de León es más abiertamente incestuosa que la de sus padres”. El nuevo Papa era un personaje conciliador, discípulo del gran maestro de París, Pedro Abelardo, y contrario a las reformas de san Bernardo, era un canonista y absoluto defensor de las leyes eclesiásticas. A sus 85 años, “reinaría” siete más (hasta enero de 1198), era un gran negociador, hábil y prudente y ya lo había demostrado en la resolución del asesinato de Thomas Becket de Canterbury por el régimen de Enrique II Plantagenet de Inglaterra o en la unión entre Sicilia y el Imperio por medio de los Hohenstaufen. En 1193 envío al cardenal Gregorio como legado, el dictamen debía ser negativo. La curia religiosa leonesa argüía que era más importante la paz interior que las complicaciones de vinculaciones matrimoniales entre parientes. “Los canonistas replicaban que la santidad del matrimonio, en cuanto sacramento, dependía de que se obedeciesen los preceptos evangélicos

y se abstuvieran de fornicación e incesto”. De modo que el cardenal Gregorio, al llegar al Reyno de León, anunció que mientras durase la convivencia, tanto el rey de León como el de Portugal, “autores” del matrimonio, estarían excomulgados y sobre sus reinos pesaría el “interdictum-entredicho”. Fue obedecido con rapidez. Desde 1194 desaparece de los documentos la mención de la reina Teresa, que regresó a Portugal con sus dos hijos menores, Fernando y Dulce, dejando a la mayor, Sancha, en León” (L. Suárez Fernández. 1993).

Alfonso VIII de Castilla y Alfonso IX de León se reunieron delante del legado en Tordehumos y aceptaron su arbitraje (abril de 1194). Alfonso VIII debía devolver al rey de León los lugares de Santervás y Villavicencio, con los castillos de Alba, Luna y Portilla, ambos se comprometían a aceptar la decisión de la Curia papal sobre sus querellas y ponían cinco castillos cada uno como garantía, en poder de los Grandes Maestres de las órdenes de Calatrava y del Temple. Sancho I de Portugal debía devolver a Alfonso IX los castillos que diera en arras al disolverse el matrimonio con Teresa de Portugal. Urraca López de Haro conservaba las rentas inherentes a las arras. La paz debía durar diez años como mínimo, Alfonso IX se comprometía a no repoblar el territorio de la Calzada de Guinea o Vía de La Plata, fronterizo con Castilla, para evitar que Alfonso VIII lo considerase una amenaza. El linaje de los López de Haro aceptaba la paz con su señor natural, el rey de León.

Alfonso IX de León va a crear grandes burgos, que reforzarán el poder regio, la protección hacia la leonesa Salamanca será de tal calibre, que incluso creará allí un Estudio General, futura Universidad (“Alfonsus nonus legionis rex huius academiae conditor”). Las repoblaciones se realizaban en presencia del rey o de alguno de sus oficiales; se fijaba el alfoz y se establecían las heredades para los repobladores adquiriendo por trueque o compra los terrenos pertinentes. Era un trasvase de población campesina, que favorecía la tendencia leonesa a la liberación de los agricultores. Los campesinos trasladados eran “iuniores de heredad” y el hecho significaba promoción social. Por ejemplo Ciudad Rodrigo, que se repobló con abulenses aprovechándose de los beneficios otorgados por los reyes de León, Fernando II y Alfonso IX . Las heredades contribuirían sólo en los lugares donde estaban situadas (22-III -1215. Compostela) con independencia del domicilio. Alfonso IX reforzó las fundaciones de Ciudad Rodrigo, Mansilla, Mayorga y Villalpando, para la expansión a posteriori por la vía Equinea, había que potenciar el mercado de los alimentos ricos (trigo y vino) en vez de los pobres (centeno, cebada y sidra).

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