-PRÓLOGO DE LAS GUERRAS “MUNDIALES” ENTRE ROMA Y CARTAGO-
La gran propaganda de Roma, vencedora en el final de las tres grandes conflagraciones bélicas entre romanos y púnicos, con toda su pléyade de historiadores dedicados a ello, verbigracia: Suetonio, Plutarco, Tito Livio y Polibio, Polieno, Diodoro Sículo, Cornelio Nepote, Dión Casio, etc, dejaron a los cartagineses a los pies de los caballos de la historia.
El comportamiento de un pueblo romano cohesionado, proveniente del mundo agrario de grandes terratenientes y pequeños agricultores, que se habían visto obligados a diversas guerras de conquista, desde la Galia cisalpina, la Etruria hasta el final de la Península Itálica, para conseguir su supervivencia y, a la vez, dominar al resto de los habitantes peninsulares; había conformado un grupo de personas muy vinculados a su patria, Roma, y su propio blasón los definía: El Senado y el Pueblo de Roma unidos o Senatus Populusque Romanus.
Por el contrario los cartagineses tenían una estructura social muy diferente, existía un denominado partido popular; que, como entre sus irredentos enemigos romanos, agrupaba a una clase media de comerciantes bastante progresista. Este estrato social se agruparía alrededor de la familia de los Bárcidas, deseando una expansión comercial, no solo circunscrita al norte de África.
Sus mujeres eran mucho más libres que las de los romanos, y solo comparables a las de los espartanos. Su constitución como la de Esparta generaría admiración en Platón y en Aristóteles. Pero no habían sido creados para el rencor y el odio, patognomónicos habituales entre los hijos del río Tiber hacia sus enemigos.
La ciudad poseía dos grandes puertos, que eran considerados dos auténticas maravillas en su época, uno comercial y otro militar. Los púnicos o cartagineses varones llevaban largas barbas sin bigote. Las mujeres estaban en las casas, como las romanas, e iban veladas; pero en la época de los Bárcidas estaban en un nivel social bastante más elevado que las féminas de Roma.
Será una mujer, de nombre ignoto, la que defienda la ética y el valor social de los púnicos en la Tercera Guerra Romana, recriminando a su esposo, comandante del ejército, su cobardía.
Otra mujer, Sofonisbaal (siglo III a.C.-203 a.C.), hija del general Asdrúbal Giscón, casada con el rey númida Masinisa, será reputada como inteligente y bella por antonomasia en la época de la Segunda Guerra Romana, siendo negociadora eximia para su propia patria (“hermosa de apariencia, una mujer de variados modos, y dotada de la habilidad de dominar a los hombres a su voluntad”. “Poseía la finura propia de la vida urbana y una gracia seductora, y en su conjunto era tan atractiva que, con solo verla o incluso escucharla, cualquiera quedaba cautivado por ella”).
Y es preciso recordar a la princesa de Cástulo, Himilce (siglo III a.C.-214 a.C.), la esposa de Aníbal Barca el Grande, que moriría por efectos de la peste, el hijo de ambos se llamaría Aspar Barca.
Tito Livio (59 a.C.-17 d.C.), parece aludir a Himilce en su Ab Urbe condita: “Cástulo, fuerte y célebre ciudad de Hispania, tan estrechamente unida a los cartagineses que la esposa del propio Aníbal era de allí, se pasó a los romanos”.
Aunque, al contrario que entre los romanos, existió en todas las ocasiones una facción agraria oligárquica africanista, enemiga hasta la felonía y la traición de los Barcas, que incluso denunciaría a Aníbal ante los romanos, y que se agrupaba alrededor de la familia del general Hannón el Grande, quien en el colmo de la traición desmovilizaría a la marina púnica en el año-244 a.C., y así dio tiempo a Roma a reconstruir su flota y derrotar finalmente a Khartago hacia el año-241 a.C., en el momento histórico de la Primera Guerra Romana o Púnica (264 a. C.-241 a.C.).
Tito Livio define una inventada opinión de Hannón el Grande, pero que definiría al personaje: “Odio y detesto a este joven (Aníbal) que es la personificación del odio y del estallido de esta guerra. Y mi opinión es la siguiente: que no solo debe ser entregado como expiación por la ruptura del tratado, sino que, aunque nadie lo exija, debe ser trasladado a los últimos confines de la tierra y del mar, y dejarle desterrado allí desde donde ni su nombre ni su fama pueda llegar hasta nosotros ni su persona pueda alterar la tranquilidad de esta ciudad. Ésta es mi propuesta: que se envíen inmediatamente unos legados a Roma para dar una satisfacción al Senado, otros para comunicar a Aníbal que retire el ejército de Sagunto y entreguen al mismo Aníbal a los romanos de acuerdo con el tratado”
No se sabe con certidumbre, en qué momento histórico se fundó, por comerciantes de la polis fenicia de Tiro, Cartago (denominada en la lengua de los fenicios como Qart-Hadasht o Nueva Ciudad). El historiador Timaios de Tauromenio (350 a.C.-260 a.C.) menciona la fecha de 814-813 a. C. como apodíctica; el lugar topográfico era perfecto. Su fundación correría a cargo de una mujer o princesa de Tiro, llamada Dido o Elishat o “la Errante”.
Los fenicios fueron calificados por los griegos como phoinikes, los rojos o los de púrpura, por sus túnicas de ese color. Su tierra abarcaba desde la desembocadura del río Orontes hasta la ciudad de Haifa, y la llamaban Kana’an o Put. Por lo tanto, ellos se llamaban así mismos canaaneos o kena’aní o hijos de Canaán o binkena’an. Los romanos llamaron púnicos exclusivamente a sus irredentos enemigos cartagineses. Su tinte púrpura se fabricaba de la mucosidad o secreción de la glándula hipobranquial del caracol de mar o gastrópodo marino, llamado Murex brandaris.
Estaban comandados sus ejércitos, por el equivalente a los cónsules republicanos de Roma, y eran denominados sufetes. En la Balanza de Cartago existían dos grupos políticos muy enfrentados, que representaban a dos tipos de sociedad, uno era el de la oligarquía agraria africanista dirigida por Hannón el Grande y sus fieles, y volcada hacia todo tipo de pactos con Roma, este grupo era sumiso con los superiores y déspota con los inferiores.
El otro grupo equivalente al de los populares de Roma, estaba vinculado a las clases populares y a la clase media comercial o mercantil, era digamos haciendo una abstracción histórica la izquierda de principios del siglo XX, muy concienciada en que la ética pública era importante, y en que era preciso salir de África, estaba dirigido por Amílcar Barca y su clientela. Pero, por desgracia la cohesión popular que existía en la sociedad romana, no existía entre los cartagineses.
Su milicia era de tipo profesional o mercenaria, y solo los ciudadanos se encontraban entre los cuadros militares de oficiales. Aunque, sí existía una guardia ciudadana para vigilar y defender la propia urbe tiria.
Estaba claro que, por la idiosincrasia de ambos pueblos, tan dispares o disimiles ética y socio-políticamente, en algún momento de la Historia de la Antigüedad se deberían enfrentar a muerte. Aunque es obvio para cualquier historiador que se precie, que nunca se pudo pensar en el odio genocida con el que Roma destruyó, ad infinitum, a esa hermosa civilización, en uno de los grandes exterminios de la historia como fue la denominada Tercera Guerra Romana o Púnica (149 a.C.-146 a.C.), en la que literalmente uno de los mayores genocidas de la historia, Publio Cornelio Escipión Emiliano Numantino Africano Menor (185 a.C.-129 a.C.) dijo aquello, desde las colinas que rodeaban a Cartago, de “No les voy a dejar ni los ojos para llorar”, apoyándose en aquella frase lapidaria del Censor Marco Porcio Catón el Viejo (234 a. C.-149 a. C.) de: “Ceterum censeo Carthaginem esse delendam. Que se puede traducir por: Es más, creo que Cartago debe ser destruida”.
Cuando la gran civilización comercial norteafricana sea barrida, con la saña habitual de los romanos, de la faz de la Tierra, todas las riberas del Mediterráneo-Mare Nostrum deberían haber llorado su desaparición. Fueron los inventares del alfabeto consonante, y del comercio más ortodoxo que recuerda la historia, pero los romanos no les dejaron evolucionar.
El historiador griego Polibio de Megalópolis (200 a.C.-118 a.C.) refiere que la primera relación política entre Roma y Cartago se refiere a la firma del primer tratado entre ambas potencias, hacia los años 508-507 a. C., tras la expulsión de Roma del séptimo y último de sus monarcas llamado Lucio Tarquinio el Soberbio [¿?-REY DE ROMA entre los años 534 a 509 a.C.-MUERTE en la ciudad de Cumas en el año 495 a.C.].
La curiosidad del tratado estriba en que para los romanos tiene un carácter muy estrecho políticamente, ya que solo se refiere a la protección del territorio del Lacio, cuya obvia capital ya no es Alba Longa sino la propia Roma; fundada, según la tradición, por los hermanos Rómulo y Remo, ambos amamantados por una lupa romana llamada Luperca, el 21 de abril de 753 a.C., Ab Urbe Condita.
Por parte de los púnicos prevalecen los intereses comerciales, prohibiendo a las naves romanas traspasar el africano Cabo Hermoso, aunque en caso de emergencia se les permitiría a los romanos adquirir materiales de reparación de sus barcos y ofrecer sacrificios a los dioses. En los territorios libios y sardos los comerciantes romanos tenían sus actividades sometidas al control de las autoridades púnicas; pero en Sicilia, ¡craso error!, y que los cartagineses lamentarían, se concedía a los comerciantes romanos los mismos derechos que a los púnicos.
«En conjunto, pues, este tratado, en tanto que instrumento de la política y de la diplomacia comerciales cartaginesas, podrían incluirse en el conjunto de los tratados cartagineses anteriores. Tras el evidente debilitamiento del poder de los etruscos (en Italia), la nueva República de Roma pasó a formar parte del entramado de intereses comerciales cartagineses y, por consiguiente, se legalizó por algún tiempo una compensación de intereses satisfactoria para ambas partes» (Aníbal de Karl Christ, Herder-2006, pág. 30).
Tras las guerras de los romanos contra los celtas cisalpinos; la más destacada sería la derrota romana (4 legiones y sus socii latinos) en la batalla del río Alia [albores del siglo IV a.C., ¿390 a.C. o 387 a.C.-386 a.C.?, probablemente un 18 de julio, fecha maldita para los sacerdotes romanos quienes nunca realizaban ceremonias religiosas en esa fecha, a posteriori], frente a los galos senones (12.000), mandados estos por su jefe Breno.
Al ver su capital devastada por este gran jefe galo, intentaron comprar la paz pagando a Breno mil libras de oro; la cuantía a pagar fue discutida por los romanos, cuando vieron que los galos habían manipulado la balanza romana, pero, entonces, Breno colocó su desequilibrante espada y dijo aquello de:“Vae Victis! O ¡Ay de los vencidos!” frase axiomática de nula piedad de los vencedores por los vencidos.
El segundo tratado entre Cartago y Roma sería del año-348 a.C., y ya en este segundo pacto se cita a los aliados de ambas potencias, tirios y uticenses por los púnicos, y latinos para Roma. En el año 343 a.C., se firma un tercer tratado, ya que Cartago tiene problemas con Timoleón de Corinto (c. 411 a.C.-337 a.C.) en Sicilia, quien se había trasladado hasta Siracusa para oponerse a las ayudas púnicas hacia otros tiranos insulares, como por ejemplo Hicetas de Leontino gobernador en Siracusa, derrotado definitivamente y condenado a muerte en el año-338 a.C. Por el contrario, los romanos han derrotado a los samnitas en la batalla de Suesula, dentro de la denominada como Primera Guerra Samnita (343-341 a.C.).
El historiador Filinos de Agrigento (siglo III a.C.), refiere un cuarto tratado, hacia el año-306 a.C., muy dudoso, tras concluir las guerras entre los púnicos y el tirano Agatócles de Siracusa [c. 361 a.C.-TIRANO DE SIRACUSA DESDE EL 217 a.C.; y REY DE SIRACUSA desde el 304 a.C.; HASTA 289 a.C.].
El quinto tratado romano-púnico se denomina anti-Pirro y es de los años 279-278 a.C. El historiador griego Polibio lo describe en su obra HISTORIAS: «Si firman un tratado escrito con Pirro, lo harán ambas partes. Pero (?) para que les sea posible ayudarse mutuamente en el territorio de los que sean atacados, quienquiera que fuere el que necesite ayuda, los cartagineses proporcionarán los barcos, tanto para transporte como para el ataque, en cambio, cada una de las partes pagará la soldada para su propia gente. En caso necesario, los cartagineses también restarán ayuda a los romanos en el mar, pero nadie obligará a las tripulaciones a desembarcar contra su voluntad» (Apud K. Christ, pág. 31).
Eran los mejores marinos de la época de la Antigüedad, y su marina de guerra vencía siempre, hasta que los romanos copiaron una de sus naves. Sus generales debían cargar con el peso de la absoluta responsabilidad en las batallas, y si eran derrotados muchas veces eran crucificados.
Su sentido o espíritu comercial y mercantil es citado, sin ambages, por Heródoto en sus Relatos Libios:
«Los cartagineses desembarcan en la playa sus mercancías para exponerlas. Regresan a los barcos y hacen humo para avisar a los indígenas. Estos, al ver el humo se acercan al mar y colocan al lado de las mercancías el oro que ofrecen, para luego retirarse. Los cartagineses vuelven a bajar a tierra y miran lo que han dejado. Si les convence, cogen el oro y se van. Si no, vuelven a subir al barco a la espera de que los nativos mejoren la oferta».
Ya escribía el prelado cartaginés San Agustín de Hipona sobre la lengua cartaginesa, la cual todavía era utilizada en el norte de África hacia el siglo V d. C.
En su Epístola XVII del año 401d. C. indica que: «Quae lingua si improbatur abs te, nega Punicis libris, ut a viris doctissimis proditur, multa sapienter esse mandata memoriae. Poeniteat te certe ibi natum, ubi huius linguae cunabula recalent».
Lo que se puede traducir por: «Si rechazas esta lengua, estás negando lo que han admitido muchos hombres eruditos: son muchas las cosas que han sido sabiamente preservadas del olvido gracias a libros escritos en púnico. Hasta avergonzado debieras estar de haber nacido en el país en que la cuna de este idioma todavía sigue caliente».
Dr. JOSÉ MARÍA MANUEL GARCÍA-OSUNA Y RODRÍGUEZ
-HISTORIADOR DIPLOMADO EN ESTUDIOS AVANZADOS DE HISTORIA ANTIGUA Y MEDIEVAL Y MÉDICO-FAMILIA DE ATENCIÓN PRIMARIA.
Académico-Correspondiente de la Real Academia de Medicina de Asturies (año-2013). RAMPA. IDE.
Cofrade de Número de la Imperial Cofradía de Alfonso VII el Emperador de León y el Pendón de Baeza. (Creación año-1147)
Socio de Número de la Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas. ASEMEYA.
Historiador de HISTORIA-16.
Del Instituto de Estudios Zamoranos “Florián de Ocampo”. (CSIC).
Del Ateneo de Valladolid (Creación año-1872).
Del Instituto de Estudios Gerundenses (CSIC).
De la Real Sociedad Arqueológica Tarraconense (CSIC).
Del Círculo Cultural Péndulo de Baza (UNESCO).
Del Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino (CSIC).
Del Centro de Estudios Benaventanos “Ledo del Pozo” (CSIC).
Del Centro de Estudios Fenicios y Púnicos (CSIC).
Del Centro de Estudios Históricos Jerezanos (CSIC).
Del Ateneo Jovellanos (Creación año-1953).
De la Sociedad Española de Estudios Clásicos (CSIC).
De la Asociación Hispania Nostra.
Asesor de la Asociación Cultural Reinos de España (FEAH)
De la Sociedad Española de Estudios Medievales (CSIC).
202 Trabajos de HISTORIA publicados.
32 Biografías de Músicos de Música Académica publicadas.
105 Conferencias impartidas sobre Historia.
LIBROS PUBLICADOS
1.-EL GRAN REY ALFONSO VIII DE CASTILLA, EL DE LAS NAVAS DE TOLOSA. Editorial Alderabán/Alfonsípolis. 2012.
2.-BREVE HISTORIA DE FERNANDO EL CATÓLICO. Editorial Nowtilus. 2013.
3.-EL REY ALFONSO X EL SABIO DE LEÓN Y DE CASTILLA. SU VIDA Y SU ÉPOCA. Editorial El Lobo Sapiens/El Forastero. 2017.
4.-EL REY ALFONSO VII “EL EMPERADOR” DE LEÓN. Editorial Cultural Norte. 2018.
5.-URRACA I DE LEÓN. PRIMERA REINA Y EMPERATRIZ DE EUROPA. Editorial El Lobo Sapiens/El Forastero. 2020.
El autor ha nacido en la urbe de León, caput del Regnum Imperium Legionensis, en el siglo XX. Estudió en los jesuitas de dicha ciudad, y ha recibido formación humanística y científica en las Universidades de León, de Salamanca y de Oviedo. Reside en Avilés (Asturies).