-EL REY PIRRO DEL EPIRO EN LA HISTORIA-

El nombre de Pirro del Epiro [318 o 319 a.C.-BASILEOS o REY desde el 307 a.C.

A 302 a.C.; y de nuevo entre los años 297 y 272 a.C.; REY DE MACEDONIA en los años 287 a.C. y 273 a.C.] se refiere a uno de los seres humanos más inteligentes y paradigmáticos de la Antigüedad, quien pasaría mejor vida en la batalla de Argos.

Mientras combatía, fue ligeramente herido en el pecho por una jabalina y, al darse la vuelta para intentar matar al argivo que le había atacado, la madre del soldado de Argos viendo a su hijo que iba a morir bajo la espada del monarca epirota, le lanzó al soberano una teja muy pesada, la cual golpeó a Pirro en la nuca.

El rey aturdido y en shock se cayó de su caballo, siendo asesinado por un soldado enemigo llamado Zópiro, decapitado y su cabeza llevada por Alciones a su padre Antígono II Gónatas o el Patizambo [c.319 a.C.-REY DE MACEDONIA entre 277 a.C. y 274 a.C., y luego de 272 a.C. hasta 239 a.C.], quien lo hizo enterrar con todos los honores en el templo de Démeter.

Plutarco de Queronea (c. 46 o 50-120 d.C.) lo define en términos elogiosos en su obra Vidas Paralelas: «…sin cesar pasaba de unas esperanzas a otras, de una prosperidad tomaba ocasión para otras varias, si caía intentaba reparar la caída con nuevas empresas, y ni por victorias ni por derrotas hacía pausa en mortificarse ni en ser mortificado».

Charles Louis de Montesquieu (1689-1755) le dedica un juicio importante en su obra Considérations sur les causes de la grandeur des Romains et de leus décadence, del año 1721: “La grandeza de Pirro no consistía en otra cosa que en sus cualidades personales. Plutarco nos dice que se vio obligado a hacer la guerra porque no podía mantener entretenidos a los seis mil hombres de infantería y seis mil de caballería con que contaba. Este príncipe, señor de un pequeño Estado del que no se ha vuelto a oír hablar después de él, era un aventurero que se embarcaba en empresas continuas porque no podía  subsistir sino emprendiéndolas”.

En el año 281 a.C., los habitantes de la ciudad de Tarento (“eran gente licenciosa, poco acostumbrada a los rigores de la guerra y reacia a soportar duras privaciones”) en la Magna Grecia le pidieron ayuda inmediata contra los romanos: “…que pondrían a 150.000 infantes y 20.000 jinetes a su disposición, ya que todas las naciones del sur de Italia se unirían bajo su estandarte”.

En un primer momento intentó negociar con el cónsul romano Publio Valerio Levino, pero sus palabras fueron motejadas de ofensivas por los romanos, y el general consular del SPQR le contestó, sin ambages: “En cuanto a nosotros, acostumbramos a castigar a nuestros enemigos, no con palabras, sino con actos. No te convertiremos en juez en nuestros problemas con los tarentinos, samnitas o el resto de nuestros enemigos, y tampoco te aceptaremos como garante para el pago de cualquier indemnización, sino que decidiremos el resultado con nuestras propias armas y fijaremos los castigos que nosotros deseemos. Ahora que estás avisado de ello, prepárate para ser no nuestro juez, sino nuestro rival”.

Los elefante del epirota decidieron la batalla, y la caballería tesalia decidió el resto de la derrota en desbandado de los legionarios, la confrontación bélica duraría 24 horas, y solo la obscuridad de la noche salvó a los romanos de una completa catástrofe.

Las pérdidas de ambos ejércitos fueron muy numerosas, lo que motivó que Pirro mientras contemplaba su pírrica victoria dijera aquello: “Otra victoria como esta, y tendré que regresar al Epiro yo solo”.

Los términos que impuso a los romanos fueron: 1º-Debían reconocer la independencia de los italiotas (pueblo prerromano grecoparlante en la Magna Grecia). 2º-Deberían restaurar a los samnitas, lucanos, apulios y brucios todas las posesiones perdidas en la guerra, y 3º-Roma estaba obligada a firmar la paz con él mismo y con los tarentinos. Su elocuente embajador Cineas fue expulsado, con cajas destempladas, del senado de Roma por la acción del anciano censor Apio Claudio Ceco.

A continuación se dirigirá a la Sicilia púnica, donde será derrotado por la milicia cartaginesa en Lilibea (276 a.C.). Al esfumarse su prestigio abandonaría Italia, no sin antes dejar frases lapidarias para la posteridad, tales como: “¡Otra victoria como esta y estaré vencido!; O ¡Qué buena arena de combate dejamos aquí para romanos y cartagineses! O Piedad a destiempo es superstición, y buen consejo es aquél que lleva a conseguir riqueza sin esfuerzo. O Cuando vosotros los espartanos-lacedemonios resolvéis hacer la guerra, es vuestra costumbre  no informar de ello al enemigo. No me acuséis, por tanto de injusticia, si he utilizado una estratagema espartana contra los mismos espartanos”.

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