-ANÍBAL BARCA EN EL PODER DE LA MILICIA PÚNICA EN IBERIA-

Tras la muerte de Asdrúbal el Bello la milicia púnica, en Iberia, va a elegir por aclamación, como comandante en jefe del ejército, al primogénito de Amílcar Barca y cuñado de Asdrúbal Janto, que es Aníbal; la Asamblea Popular de Cartago, tan volcada siempre hacia los Bárcidas, va a apoyar y a ratificar dicho nombramiento; Aníbal tiene, entonces, unos 26 años.

Tito Livio lo va a retratar con la patognomónica parcialidad del historiador romano, realizando un genial estereotipo que tanto interesaba a la propaganda de Roma. En algunos de sus datos se observa que sigue la opinión de los historiadores

procartagineses Sileno y Sosilo, que habrían manifestado la opinión de sus aguerridos conmilitones.

«Pocos, pero prácticamente los mejores se mostraban de acuerdo con Hannón, pero como ocurre las más de las veces, la cantidad se impuso a la calidad. Enviado Aníbal a Hispania, nada más llegar se ganó a todo el ejército: los soldados veteranos tenían la impresión de que les había sido devuelto el Amílcar joven; veían la misma energía en sus rasgos, la misma fuerza en su mirada, la misma expresión en su semblante, idéntica fisonomía. Después, en muy poco tiempo, consiguió que lo que tenía de su padre fuese lo menos importante en orden a granjearse las simpatías. Nunca un  mismo carácter fue más dispuesto para cosas enteramente contrapuestas: obedecer y mandar. No resultaría fácil, por ello, discernir si era más apreciado por el general o por la tropa. Ni Asdrúbal prefería a ningún otro para confiarle el mando cuando había que actuar con valor y denuedo, ni los soldados se mostraban más confiados o intrépidos con ningún otro jefe. Era de lo más audaz para afrontar los peligros, y de lo más prudente en medio mismo del peligro. No había tarea capaz de fatigar su cuerpo o doblegar su moral. El mismo aguante para el calor y el frío; su manera de comer y beber, atemperada por las necesidades de la naturaleza, no por el placer; el tiempo de vigilia y de sueño, repartido indistintamente a lo largo del día o de la noche; el tiempo que le quedaba libre de actividad era el que dedicaba al descanso, para el cual no buscaba ni muelle lecho ni silencio: muchos lo vieron a menudo echado por el suelo, tapado con el capote militar, en medio de los puestos de guardia o de vigilancia militar. No se distinguía en absoluto entre los de edad por la indumentaria, sí llamaban la atención sus armas y sus caballos. Era, con diferencia, el mejor soldado de caballería y de infantería a un mismo tiempo; el primero en marchar al combate, el último en retirarse una vez trabada la pelea. Las virtudes tan pronunciadas de este hombre se contrapesaban con defectos muy graves: una crueldad inhumana, una perfidia peor que púnica, una falta absoluta de franqueza y de honestidad, ningún temor a los dioses, ningún respeto por lo jurado, ningún escrúpulo religioso. Con estas virtudes y vicios innatos militó durante tres años bajo el mando de Asdrúbal, sin descuidar nada de lo que debiera hacer o ver quién iba a ser un gran general».

La frase de Tito Livio, en la obra ya mencionada de Ab Urbe Condita: “Cum hac indole uirtutem atque uitiorum triennio sub Hasdrubale meruit” (“con estas virtudes y vicios innatos militó durante tres años bajo el mando de Asdrúbal, sin descuidar nada de lo que debiera hacer o ser quien iba a ser un gran general”), deja traslucir que detrás de todo ello se puede hallar el anuncio perenne de que a los romanos del pasado no les quedó otro remedio que luchar, sin denuedo, contra un general enemigo genial, pero que a la par carecía de fe y de ley, es decir de la más mínima ética; lo que es paradójico, ya que los nombres cartagineses son todos teóforos.

Tito Livio transmite la opinión de Aníbal el Grande sobre los romanos, cuando realiza una arenga a sus soldados: “Roma es una nación extremadamente cruel y soberbia, que todo lo hace suyo y de su arbitrio, que considera justo imponernos un límite: con quién podemos hacer la guerra, con quién la paz. Nos circunscribe y nos encierra en fronteras marcadas por montes y ríos que no debemos sobrepasar, cuando ellos, que las establecen, no las respetan”.

En ese mismo año de 221 a.C., Aníbal toma la primera iniciativa militar, que consiste en que realiza un avance bélico hacia el territorio de los olcades, al noroeste de Cartago Nova, se tomaría al asalto su capitalAlthia-Cartala, obteniendo un buen botín, y un fortalecimiento del vínculo de fidelidad de sus soldados. Los olcades eran una tribu íbera en la provincia de Cuenca, limitaban con los poderosos carpetanos al oeste, con los fortísimos celtíberos arévacos (su caput Numancia) al norte, los oretanos  al sur, y los edetanos al este. El esclavo de su régulo Tagus sería el asesino de Asdrúbal Janto, y esta guerra sería más una operación de castigo. Una buena parte de los olcades reforzarían a las tropas destinadas a defender a la propia Cartago africana.

Polibio cita su conquista annibálica: “Aníbal  se hizo cargo del mando e inmediatamente se puso en marcha para someter a la tribu de los olcades. Llegó ante Althia, su ciudad más fuerte, y estableció el campamento frente a ella. Después la atacó con impulsos enérgicos y terribles y la logró tomar al asalto en poco tiempo, lo que hizo que las demás poblaciones, espantadas, se entregasen a los cartagineses. Aníbal el Grande les impuso una contribución y, tras hacerse con una fuerte suma, volvió a Cartago Nova para pasar el invierno”.

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