-ANÍBAL BARCA CONTRA TORO Y SALAMANCA-
En el año 220 a.C., de nuevo Aníbal se moviliza para dirigirse hacia el curso medio del río Duero; los púnicos necesitaban conseguir tropas, y más aguerridas que las de la futura Hispania no existían en ningún lugar de la Europa conocida.
Plutarco cita el hecho del asalto de Aníbal a Salamanca en estos términos:
«Aníbal, el hijo de Barca, antes de hacer su expedición contra los romanos, atacó en Hispania una gran ciudad: Salmántica. En principio, los asediados sintieron temor y acordaron hacer lo ordenado: entregar a Aníbal trescientos talentos de plata y trescientos rehenes. Pero, cuando éste levantó el asedio, cambiaron de opinión y no cumplieron lo pactado. Éste, entonces, volvió y ordenó a sus soldados atacar la ciudad para saqueo de sus bienes».
Polieno (Macedonia, siglo II d.C.) fue abogado y escribió sobre materia militar. En su obra nos ha transmitido el heroísmo de las mujeres salmantinas o leonesas de Salamanca: «Aníbal en Iberia puso cerco a una ciudad grande: Salmántida; hicieron un tratado para, recibiendo trescientos talentos de plata y trescientos rehenes, levantar el cerco. Pero no cumpliendo los salmantinos lo convenido, volviendo Aníbal lanzó los soldados a saquear la ciudad. Suplican los bárbaros que se les deje salir con un vestido junto con sus mujeres, después de abandonar las armas, las riquezas y los esclavos. Las mujeres, habiendo ocultado las espadas bajo sus vestidos, se las entregaron a los hombres. Y los soldados de Aníbal se pusieron a saquear la ciudad. Y las mujeres, animando a gritos a los hombres, les entregaron las espadas; y algunas, siguiendo a los hombres, atacaron a los que saqueaban la ciudad, de suerte que a unos hirieron y a otros mataron y se batieron juntos».
El susodicho historiador griego Polieno abunda más, si cabe, en la cuestión del valor de las mujeres vacceas de Salamanca. Urbe que sería cedida, a posteriori, por los vacceos a los vettones, al estar muy alejada del núcleo principal de aquella mencionada gentilidad, que era la de los habitantes de la Tierra de Campos, cuya ciudad más importante era Arbucola (Toro), mientras que Helmantike se encontraba en el cogollo de las tierras de los vettones, e indica: «…pero, Aníbal, quien admirado por la valentía de sus mujeres [las féminas vacceas helmanticenses], por causa de ellas devolvió a sus hombres la patria y la riqueza». Polibio de Megalópolis llama Helmantike a esta ciudad de la Extremadura leonesa, bien de vacceos o de vettones, que significa “TIERRA DE ADIVINACIÓN”.
Tito Livio nos acerca a estos hechos: «Pero desde el día en que fue proclamado general, como si le hubiese sido asignada Italia por decreto como provincia y se le hubiese encargado la guerra contra Roma, persuadido de que no había momento que perder no fuese a ocurrir que también a él como a su padre Amílcar y después a Asdrúbal lo sorprendiese alguna eventualidad mientras andaba en vacilaciones, decidió hacer la guerra a los saguntinos. Como al atacarlos iba a provocar con toda seguridad una reacción armada por parte de los romanos, llevó primero [verano del año 221 a. C.] a su ejército al territorio de los ólcades [entre los ríos Guadiana y Tajo, o en el alto Guadalquivir] –pueblo éste situado en el territorio de los cartagineses más que bajo su dominio, al otro lado del Ebro- para que pudiese dar la impresión, no de que había atacado a los saguntinos, sino de que se había visto arrastrado a esta guerra por la concatenación de los hechos, una vez dominados y anexionados los pueblos circundantes. Asalta y saquea la rica ciudad de Cartala, capital de dicho pueblo; sacudidas por esta amenaza, las ciudades más pequeñas se someten a su dominio imponiéndoseles un tributo. El ejército victorioso y cargado de botín es conducido a la actual Cartagena a los cuarteles de invierno. Allí, repartiendo con generosidad el botín y abonando debidamente las pagas militares atrasadas se aseguró por completo las voluntades de conciudadanos y aliados y a principios de la primavera [año 220 a. C.] puso en marcha la guerra contra los vacceos [en las actuales provincias de Palencia, Valladolid y Segovia, y territorios limítrofes]. Sus ciudades de Hermandica [Salamanca] y Arbocala [Toro] fueron tomadas por la fuerza. Arbocala se defendió largo tiempo gracias al valor y al número de sus habitantes. Los fugitivos de Hermándica después de unirse a los exiliados de los ólcades, pueblo dominado el verano anterior, instigan a los carpetanos [cuenca media del río Tajo], y atacando a Aníbal a su regreso del territorio vacceo no lejos del río Tajo, desbarataron la marcha de su ejército cargado con el botín. Aníbal obvió el combate y después de acampar a la orilla del río, una vez que reinó la calma y el silencio en el lado enemigo vadeó el río, levantó una empalizada de forma que los enemigos tuviesen sitio por donde cruzar y decidió atacarlos cuando estuvieran cruzando. Dio orden a la caballería de que atacasen a la columna entorpecida cuando la viesen metida en el agua; los elefantes, pues había cuarenta, los colocó en la orilla. Entre carpetanos y tropas auxiliares de ólcades y vacceos sumaban cien mil, ejército invencible si la lucha se desarrollara en campo abierto. Por ello, intrépidos por naturaleza y confiando además en el número, y creyendo que el enemigo había retrocedido por miedo, convencidos de que lo que retrasaba la victoria era el hecho de estar el río de por medio, lanzando el grito de guerra se precipitan al río de cualquier manera, sin mando alguno, por donde a cada uno le pillaba más cerca. También desde la otra orilla se lanza al río un enorme contingente de jinetes, y en pleno cauce se produce un choque absolutamente desigual, puesto que mientras el soldado de a pie, falto de estabilidad y poco confiado en el vado, podía ser abatido por un jinete incluso desarmado que lanzase su caballo al azar, el soldado de a caballo, con libertad de movimientos para sí y para sus armas, operaba de cerca y de lejos con un caballo estable incluso en medio de los remolinos. En buena parte perecieron en el río; algunos, arrastrados en dirección al enemigo por la corriente llena de rápidos, fueron aplastados por los elefantes. Los últimos, que encontraron más segura la vuelta a la orilla, después de andar de acá para allá se reagruparon, y Aníbal, antes de que se recobrasen sus ánimos de tan tremendo susto, metiéndose en el río en formación al cuadro los obligó a huir de la orilla, y después de arrasar el territorio en cosa de pocos días recibió también la sumisión de los carpetanos. Desde ese momento quedaba en poder de los cartagineses todo el territorio del otro lado del Ebro, exceptuados los saguntinos».
Y, Polibio también narra los hechos: «Al verano siguiente salió de nuevo, esta vez contra los vacceos, lanzó un ataque súbito contra Helmantike[Salamanca] y la conquistó; tras pasar muchas fatigas en el asedio de Arbucala [Toro], debido a sus dimensiones, al número de sus habitantes y también a su bravura, la tomó por la fuerza. Ya se retiraba, cuando se vio expuesto súbitamente a los más graves peligros: le salieron al encuentro los carpetanos, que quizás sea el pueblo más poderoso de los de aquellos lugares; les acompañaban sus vecinos, que se les unieron excitados principalmente por los ólcades que habían logrado huir; les atacaban también, enardecidos, los salmantinos que se habían salvado. Si los cartagineses se hubieran visto en la precisión de entablar con ellos una batalla campal, sin duda alguna se habrían visto derrotados. Pero Aníbal, que se iba retirando con habilidad y prudencia, tomó como defensa el río llamado Tajo, y trabó el combate en el momento en que el enemigo lo vadeaba, utilizando como auxiliar el mismo río y sus elefantes, ya que disponía de cuarenta de ellos. Todo le resultó de manera imprevista y contra todo cálculo. Pues los bárbaros intentaron forzar el paso por muchos lugares y cruzar el río, pero la mayoría de ellos murió al salir del agua, ante los elefantes que recorrían la orilla y siempre se anticipaban a los hombres que iban saliendo. Muchos también sucumbieron dentro del río mismo a manos de los jinetes cartagineses, porque los caballos dominaban mejor la corriente, y los jinetes combatían contra los hombres de a pie desde una situación más elevada. Al final cruzó el río el mismo Aníbal con su escolta, atacó a los bárbaros y puso en fuga a más de cien mil hombres. Una vez derrotados, nadie de allá del Ebro se atrevió fácilmente a afrontarle, a excepción de Sagunto. Pero Aníbal, de momento, no atacaba en absoluto a la ciudad, porque no quería ofrecer ningún pretexto claro de guerra a los romanos hasta haberse asegurado el resto del país; en ello seguía sugerencias y consejos de su padre, Amílcar».
Aníbal tenía ya un brillante elenco de generales, en esta batalla del Tajo: su primo Maharbal mandando la caballería númida, su sobrino Hannón el Joven (hijo del marido, Bomílcar, de su hermana mayor), y sus hermanos Asdrúbal y Magón Barca.
Tito Livio indica: “(…) levantó una empalizada de forma que los enemigos tuviesen sitio por donde cruzar y decidió atacarlos cuando estuvieran cruzando”.
El sitio de Sagunto fue el enfrentamiento militar que se produjo en el año 219 a.C., siendo el desencadenante de la Segunda Guerra Romana.
Roma no respondió en ninguna circunstancia a las desesperadas peticiones de socorro de Sagunto; tras ocho meses de cerco, la ciudad cayó con estrépito en poder de los cartagineses.
En la primavera del año-218 a.C. una delegación del SPQR se presentó ante la Balanza de Cartago. Polibio cita la escena que dio origen a la gran conflagración bélica entre Roma y Cartago:
“Los embajadores romanos escucharon el alegato cartaginés y no añadieron nada. El de mayor edad mostró su manto a los senadores cartagineses, y les dijo que allí les llevaba la guerra y la paz, lo sacudiría y les soltaría lo que eligieran. El sufeta cartaginés les dijo que soltaran lo que a ellos les pareciera bien. Cuando el romano dijo que les soltaba la guerra, la mayoría del senado alzó la voz y gritó que la aceptaban., y con estas palabras los embajadores y el senado cartaginés se separaron”. Fidem erga populum punicum.
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