José Manuel Díez Alonso

¿Y a quién reprentan esas armas y estandartes cun imaxes de llïonés? Seiqué, a la persona del rei, mestantu reine ne Llión. Solamente quien reina ne Llión tien dreitu a utilizare las armas plenas. Yé dicire, las armas són tantu del rei comu de la ciudá capital del reinu y del miesmu reinu que tomóu’l nome de la ciudá llexionense. Comu Roma y Toledu, el reinu toma el nome de la ciudá. Pur esu, el rei de Llión traye siñal de la ciudá capital del sou reinu. El llión simboliza tantu a la sede rexia comu al reinu y al miesmu rei. El rei encarna al reinu, y nun paez que se concebieran emblemas desemeyantes pal rei y las suas dóminas. Pur esu, cuandu’l conceyu de la ciudá de Llión sella los sous documentos, ¿cun qué outra fegura lu fará, senón cun un llión? “De la época d’Alfonsu IX yé’l sellu más antigu coñocíu del conceyu de Llión, nel que vemos cómu la siñal tuvu dende mui antigu rellacionada cul nome de la ciudá y del reinu” (Menéndez Pidal 1982:74).

         Pulu que respeuta al espelde falante de las armas llïonesas, yé posible que yá nel siegru XII, y aínda dende mueitu tiempu enantias, nel romance llïonés prenunciáranse de xeitu, si non idéntica mui asemeyada, los nomes de la ciudá llexionense y del animal qu’irrumpienun nel imaxinariu medieval comu’l rei de los animales, pues magar nelos decumentos prefiérese la versión llatina Legione, yá nelas monedas escríbese Llión, Leonis (Sánchez Badiola 2004:224).

         Pula sua vegada, l’atribución simbólica al animal de ciertas virtues homanas, comu’l valir, la mananimidá y la primada, yé congruente cuna ideoloxía qu’atribuyiría esas miesmas carauterísticas al rei de Llión, que se coronaba emperador y chegaba a intitulase comu  Imperator Totius Hispaniae. “La correlación del “Rex fortis y leo fortis” nun yé exclusiva del reinu llïonés, magar quiciabes viérase reforciada eiquí pula sinificación falante” (Menéndes Pidal 1982:26).


Feg.8.-Sinu de Fernandu II ne piedra. Benavente/Signo de Fernando II en piedra.Benavente

El caráuter territorial del llión, que representa, non solu al monarca, senón al territiriu sobro’l que reina, a la ciudá y al reinu al que la ciudá diou nome, yé craru nel Puema d’Almería. La caballería llïonesa porta las armas de la ciudá capital del reinu, que pula sua vegada tien la primada intre los reinos peninsulares. Al respeutive, Faustino Menéndez Pidal de Navascués (1982:24-25) diznos lu sigiente:

“El caráuter falante, amás de la sua evidencia, ta probáu pula alquisición del emblema, dende’l primer moment, al territorio de Llión (…) L’emblema del siñor nun pertenecía a ésti más que pur sere titular del feudu, considerándose asina las armas esencialmernte territoriales, non familiares. Sigen a la tierra “comu la salombra al cuerpu””.

Outramiente, convien matizare que, cuandu dicimos que’l llión representaba al reinu, a la ciudá ou al miesmu rei, apricamos un bandu del presente a una rïalidá de la que nun coñocemos tolas variables ou, si lu preferimos, tolas sinificancias culturales. Pulu tantu, conviénenos asumire un cembu d’erru nela nuesa mirada vuelta escontra’l pasáu, n’especial dada la escasez documental. Los símbolos reinvéntase y recreyan, asumen bixueñas funciones y sinificancias, y desdeixan outro. Pur exemplu, afenta interesante apreciare cómu l’autor del Puema d’Almería confiere una función proteutora  (Illius signa tutantia cuncta maligna) a los estandartes de la caballería de la ciudá de Llión. Outramiente, nelas contemporáneas sociedaes ocidentalizadas, que se pretenden racionalistas y sigleñalizadas, las funciones máxicas y proteutoras fonun arrequeixadas –al menos nel descursu mayoritariu y pulu que respeuta a las bandeiras territoriales (4), y Estáos, etnias y las más variadas recuas políticas esplazan la sinificancia de las bandeiras pa contra’l mui reciente conceutu d’identidá (5).

(4) Outramiente, la sigleñalización y desagralización del pañu que yé una bandeira nun yé cierta del tou nin pa tolos ámbetos. Camientemos en dalgunos pendones consideraos comu reliquias, nelas xuras de bandeira y nelos honores que los militares rinden a ciertas insinias.

Torna Juan Abad

La ciudad, el rey y el reino

¿Y a quién representan esas armas y estandartes con imágenes de leones? Sin duda, a la persona del rey, mientras reine en León. Solamente quien reina en León tiene derecho a utilizar las armas plenas. Es decir, las armas son tanto del rey como de la ciudad cabeza del reino y del mismo reino que ha tomado el nombre de la ciudad legionense. Como Roma y Toledo, el reino toma nombre de la ciudad. Por eso, el rey de León trae señal de la ciudad cabeza de su reino. El león simboliza tanto a la sede regia como al reino y al mismo rey. El rey encarna al reino, y no parece que se concibieran emblemas diferentes para el rey y sus dominios. Por eso, cuando el concejo de la ciudad de León sella sus documentos, ¿con qué otra figura lo hará, sino con un león? “Del tiempo de Alfonso IX es el sello más antiguo conocido del concejo de León, en el que vemos cómo la señal estuvo desde muy antiguo relacionada con el nombre de la ciudad y del reino” (Menéndez Pidal 1982: 74).

Por lo que respecta al carácter parlante de las armas leonesas, es posible que ya en el siglo XII, y aun desde mucho tiempo antes, en el romance leonés se pronunciaran de manera, si no idéntica muy similar, los nombres de la ciudad legionense y del animal que había irrumpido en el imaginario medieval como el rey de los animales, pues aunque en los documentos se prefiere la versión latina Legione, ya en las monedas se escribe Leon, Leonis (Sánchez Badiola 2004:224).

A su vez, la atribución simbólica al animal de ciertas virtudes humanas, como el valor, la magnanimidad y la primacía, es congruente con la ideología que atribuiría esas mismas características al rey de León, que se coronaba emperador y llegaba a intitularse como Imperator Totius Hispaniae. “La correlación del ´Rex fortis y leo fortis´ no es exclusiva del reino leonés, aunque quizá se viera reforzada aquí por la significación parlante” (Menéndez Pidal 1982:26).

El carácter territorial del león, que representa, no sólo al monarca, sino al territorio sobre el que reina, a la ciudad y al reino al que la ciudad ha dado nombre, es claro en el Poema de Almería. La caballería leonesa porta las armas de la ciudad cabeza del reino, que a su vez tiene la primacía entre los reinos peninsulares. Al respecto, Faustino Menéndez Pidal de Navascués (1982: 24-25) nos dice lo siguiente:
“El carácter parlante, además de su evidencia, está probado por la adquisición del emblema, desde el primer momento, al territorio de León (…) El emblema del señor no pertenecía a éste más que por ser titular del feudo, considerándose así las armas esencialmente territoriales, no familiares. Siguen a la tierra ´como la sombra sigue al cuerpo´ ”

No obstante, conviene matizar que, cuando decimos que el león re-presentaba al reino, a la ciudad o al mismo rey, aplicamos una categoría del presente a una realidad de la que no conocemos todas las variables o, si lo preferimos, todos los significados culturales. Por lo tanto, nos conviene asumir un margen de error en nuestra mirada vuelta hacia el pasado, en especial dada la escasez documental. Los símbolos se reinventan y recrean, asumen nuevas funciones y significados, y abandonan otros. Por ejemplo, resulta interesante apreciar cómo el autor del Poema de Almería confiere una función protectora (Illius signa tutantia cuncta maligna) a los estandartes de la caballería de la ciudad de León. Sin embargo, en las contemporáneas sociedades occidentalizadas, que se pretenden racionalistas y secularizadas, las funciones mágicas y protectoras han sido arrinconadas -al menos en el discurso mayoritario y por lo que respecta a las banderas territoriales4-, y Estados, etnias y los más variados grupos políticos desplazan el significado de las banderas hacia el muy reciente concepto de identidad5.

4 No obstante, la secularización y desacralización del paño que es una bandera no es cierta del todo ni para todos los ámbitos. Pensemos en algunos pendones considerados como reliquias, en las juras de bandera y en los honores que los militares rinden a ciertas enseñas.
5 Utilizo identidad en su significado más coloquial, expresado en la acepción 2 del diccionario de la RAE: “Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás”. No obstante, estoy dispuesto a pelearme con un concepto que me resulta un tanto antipático y resbaladizo, en especial por lo que sugiere de fidelidad al sí mismo que constituirían tanto la cultura como el individuo. Tal vez a tan manoseada palabra habría que aplicarle la solución que Adam Kuper y otros antropólogos ofrecen para la cultura, otro concepto tan omniabarcante que resulta desposeído de utilidad para una parte de los mismos antropólogos, los expertos en cultura que contribuyeron a encumbrarlo: trocearla, romperla en partes y observar si los elementos de esa cultura y de esa identidad pueden tener relaciones específicas con otras cosas. En definitiva, deconstruirla, como dice Kuper (2001:281) para la cultura: “separar las creencias religiosas, los rituales, el conocimiento, los valores morales, las artes, los géneros retóricos y demás…”. No olvidemos que identidad es un concepto reciente e históricamente situado: “La idea de ´identidad´, una ´identidad nacional´ en concreto, ni se gesta ni se incuba en la experiencia humana ´de forma natural´, ni emerge de la experiencia como un ´hecho vital´evidente por sí mismo (…). La idea de ´identidad´ nació de la crisis de pertenencia y del esfuerzo que desencadenó para salvar el abismo existente entre el ´debería´y el ´es´, para elevar la realidad a los modelos establecidos que la idea establecía, para rehacer la realidad a imagen y semejanza de la idea” (Bauman 2005: 49).

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