En los filandones clandestinos, con voz tenue, en casa de mi abuela paterna (Iluminada González Fernández), recuerdo escuchar muchas trágicas historias por ella vividas, en la horrenda y oscura historia del estado español, en su guerra y postguerra civil.
Su semblante se tornaba serio, y alguna lágrima furtiva veía, al revivir, a medida que nos contaba, con la emoción infructuosamente contenida, aquel pasado negro.
Como si de una película se tratara, los nietos, con atención sepulcral, y expresión boquiabierta, seguíamos el guión sin perder detalle.
Mi abuela era una mujer dura, pero tierna a la vez, como muchas que sufrieron tanto en una sola vida… de mujer.
Nos traía, al presente infantil, sus recuerdos, grabados a fuego, con la injusticia, represión, y lucha por la supervivencia.
Nos contaba su vida, cómo era su vida antes de la maldita rebelión de los traidores a la República, libremente votada; nos transmitia su felicidad de haberse sentido querida, en su entorno familiar, donde la vida discurría en armonía, trabajo, y paz. Sus padres regentaban la tienda/tabierna de Valle de Vegacervera, donde, con el cariño de su madre, aprendió a hacer de todo, lo mismo ropa, que la matanza, igual que comida para pocos, o para muchos, etc.
Conoció a mi abuelo, que procedía de los Barrios de Gordón, que se dedicaba a comprar y vender castrones, (comida ancestral de nuestros antepasados los ástures). Con las bendiciones de una vida joven, formaron su hogar en Villar del Puerto, donde nació su primer hijo (mi padre, Cándido González); pronto la guerra frustró un futuro esperanzador. Sus ideas de izquierdas llevó al abuelo a tener claro su lugar en la contienda. Luchando por frenar el avance de los rebeldes a la República.
Fue perseguido y preso en el hoy lujoso y renovado parador de San Marcos, en la ciudad de León. Allí sufrió, como tantos y tantas, el abuso de poder, el desprecio por la vida, y la falta de respeto por los derechos humanos. Realmente, era un campo de exterminio. Allí murieron muchos de hambre, frio, falta de higiene, y maltrato. Allí se escenificaba el teatro macabro de los juicios sin un mínimo de transparencia, ni legalidad.
Nos contaba mi abuela que ella se buscaba la vida, como podía, en el estraperlo, sacando adelante a sus hijos y la casa, cuando el cura de su pueblo había intervenido para que le quitaran la cartilla de racionamiento, por roja. Así era como llamaban a mi padre y a mi tío, siendo bien niños; incluso amenazaban con cortar su vida de raíz, para que no crecieran.
La abuela, con su entrega y tenacidad de mujer, no dejó que sus hijos pasaran hambre ni un solo día, y cuidaba también de su marido, llevando comida y lavando la ropa al abuelo preso. De esta forma, pudo estar en una posición, digamos “privilegiada”, en relación a cómo estaban otros represaliados.
Nos contó que su marido le pidió que alojara en casa a la familia de un compañero, amigo suyo, que venía desde valencia. Dicho compañero de prision estaba tan malo, que cuando pudieron visitarles y llevar la ropa a casa, para lavarla, tuvieron que hacerlo con sosa, pues estaba llena de sangre, pus, y gusanos; ese hombre se estaba pudriendo en vida. Así fue como al poco tiempo falleció.
El abuelo pudo salvarse, gracias a amigos, que intercedieron por él, y le aconsejaron que, cuando le soltaran las manos para juzgarle, se enfrentara a quien había vertido calumnias sobre el. Así lo hizo, y el cobarde falangista declaró que eran imputaciones falsas. A pesar de haber estado en el frente republicano, se salvó, aunque de la represión posterior no se libraron.
Esta fue tan solo una parte del negro episodio de nuestra historia, en la guerra y posterior y aterradora postguerra.
Homenaje a mi abuelo Cándido González Ramos
Represaliado en el campo de exterminio de San Marcos (León)